CONTRIBUCIONES CEHA

Carlos Saura. Director de grandes retos

Gloria Camarero Gómez

Universidad Carlos III de Madrid

Febrero de 2023

Carlos Saura contó con una amplia filmografía, llena de novedades, y con gran reconocimiento internacional. No en vano estuvo nominado a los Oscars por mejor película extranjera en tres ocasiones: Mamá cumple cien años (1979), Carmen (1983) y Tango (1998), esta última bajo pabellón argentino.

Fue mucho más que un director cinematográfico. Se movió entre el cine, la literatura, la pintura y la fotografía. Consagrado fotógrafo desde su juventud, compartió la dedicación a la pintura con su hermano Antonio, se empleó a fondo en el guion y en la dirección teatral. En la pantalla, reescribió los géneros, abrió caminos y transformó el panorama español.

Se inició en las proximidades del neorrealismo con Los golfos (1959), que estuvo nominada a la Palma de Oro, en Cannes, y le hizo director de culto en el país vecino, hasta su muerte. Se centró entonces en un tema muy de moda en la cultura europea del momento: La juventud abandonada a su suerte, que abordaron Visconti en Rocco y sus hermanos (1960) o Marco Ferreri en Los chicos (1959).

Poco después, inició una relación profesional con Elías Querejeta, que culminó, primeramente, en La caza (1965), la cual se iba a llamar «la caza del conejo». La censura obligó a prescindir «de conejo» y, con independencia de ello, se convirtió en la gran crónica de la realidad española, salida de la Guerra Civil, en tono de pura metáfora. Los siguientes trabajos, producidos en la década de los setenta, como El jardín de las delicias (1970), Ana y los lobos (1972), La prima Angélica (1973), Cría cuervos (1975), Elisa, vida mía (1976) o Mamá cumple cien años (1979), profundizan en el discurso metafórico e intimista. Son introspecciones en los viejos fantasmas de nuestra burguesía, absolutamente excepcionales respecto a lo que se hacía entonces en España.

Carlos Saura siguió afrontando nuevos retos y cambiando de registro. Se acercó al cine quinqui en Deprisa, Deprisa (1981), premiada con el Oso de Oro en el Festival de Berlín. Pasó por el cine de reconstrucción histórica desde la emoción de los sentimientos en ¡Ay, Carmela! (1990), por la épica fatalista en El Dorado (1988), por la mística en La noche oscura (1988), por las búsquedas de las raíces desde de la mirada de un niño en Pajarico (1997) o por el drama rural en El séptimo día (2004), a la que todavía hoy, la reciente As bestias (Rodrigo Sorogoyen, 2022), debe mucho. Basada en los hechos reales acontecidos en Puerto Hurraco, en agosto de 1990, que se saldaron con nueve muertos, descontextualizó el argumento con el objetivo de mostrar que ese drama podía haber ocurrido en cualquier otro lugar del mundo rural. Así, los nombres de las dos familias protagonistas son otros. Tampoco se rodó en Puerto Hurraco, sino en varios pueblos de la provincia de Segovia, y la fecha del suceso se adelanta dos años, con el recurso de mostrar televisiones que retrasmiten los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992, queriendo indicar que lo narrado transcurre entonces y no cuando pasó en la realidad.

Pero, uno de sus grandes méritos estuvo en las reinterpretaciones que hizo del musical cinematográfico en la trilogía Bodas de sangre (1981), Carmen (1983) y El amor brujo (1986), con Antonio Gades como protagonista. En ella, ese género en España dejó de ser «película con canciones» y alcanzó una identidad propia y una enorme visualidad, dada por sus espectaculares escenografías, situadas a la cabeza de la vanguardia. La representación de La danza del fuego de El amor brujo entra en los anales de la Historia del Cine. Era una pieza que el director conocía bien ya que su madre, pianista en su juventud, la tocaba con frecuencia cuando él era niño, y se rodó en los antiguos estudios Bronston, donde se construyó un escenario «exterior», dotado de luz espectral y personalizado con montículos de chatarra en forma de esculturas metálicas. La ruptura con los decorados de cartón piedra, que simulaban una cueva del Sacromonte granadino y que estaban en las anteriores versiones de Antonio Román (1949) o de Rovira-Baleta (1967) fue total.

Bocetos de Carlos Saura para los escenarios de El amor brujo. © Carlos Saura

También marcaron hitos, sus acercamientos a la pintura en el cine. Goya en Burdeos (1999) cambió el modelo del «biopic del artista» en la forma y en el contenido. El guion, del propio Saura, aleja al pintor de la «leyenda romántica» y lo acerca al espectador, convirtiendo cuanto le rodea en cotidiano. Goya ha dejado de ser aquel clásico atormentado y solitario personaje para transformarse en un ser ambicioso, hipersensible, carismático, apasionado y, sobre todo, humano. Prima la visión emocionada de la vida del artista como hombre, como creador y como testigo de su tiempo, ya sea joven o anciano y ambos se encuentre en largos flashbacks, producidos por los recuerdos de este último. La propuesta encajaba perfectamente en la fotografía de Vittorio Storaro, con él que el director colaboraba desde Flamenco (1995) y cuyo trabajo en Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979) le había dado fama internacional.  Este la materializó y describió la historia narrada a través de la luz. La luz destaca sobre todo lo demás y, como en la pintura del protagonista, crea el color, el cual cambia en función de aquella. La imagen cinematográfica es aquí un auténtico espectáculo visual, «alejada del naturalismo» y llena de efectividad. Muestra a Goya usando el «sombrero de velas», con el que se autorretrató en Autorretrato en el taller (1790-1795) y había ya retomado Konrad Wolf en Goya oder Der arge Weg der Erkenntnis (1971) o Milos Forman en Goya’s ghosts (2006).

Goya en Burdeos. © Carlos Saura

La misma integración de la pintura en el cine la ha mantenido en su último trabajo Las paredes hablan (2022), largometraje documental, protagonizado por la pared como soporte de creación, desde las pinturas rupestres hasta el grafiti. Fue un nuevo ejemplo de innovación y de creatividad. Esas han sido las señas de identidad de Carlos Saura, «director de los grandes retos», al que debemos agradecimiento por todo lo que nos aportó y también porque con él aprendimos que en el cine los sueños son posibles.