CONTRIBUCIONES CEHA
Reseña de la Exposición “El Greco. Los pasos de un genio”
Javier Ibáñez Fernández
Marzo de 2022
Coincidiendo con nuestra determinación por recobrar el pulso y las riendas de nuestras vidas, si no sustraídas, por lo menos, “suspendidas” durante más tiempo del que nunca hubiéramos llegado a imaginar, vamos recuperando, poco a poco, con una cierta incredulidad y perplejidad, pero con voluntad, y sobre todo, con decisión, algunas de aquellas actividades “no esenciales”, relacionadas, sobre todo, con el Arte y con la Cultura, de las que se nos había venido privando. Por ello, y por todo lo que supone de reparación, resarcimiento, sanación y reencuentro, se agradece la calidez, la caricia, de una exposición construida –se percibe– desde la reflexión, con suma delicadeza y cuidado.
Comisariada por Juan Antonio García Castro (Ministerio de Cultura) y Palma Martínez-Burgos García (Catedrática de Historia del Arte de la Universidad de Castilla-La Mancha), aborda la compleja figura del Greco, y lo hace con la calma y el poso conquistados una vez superados los fastos del centenario de su muerte, celebrado en 2014. En ella se evitan las lecturas lineales y biográficas al uso, y se opta por poner el foco de atención en aquellos pasos, aquellos posicionamientos, aquellas opciones que el pintor fue adoptando, con más o menos conciencia y libertad, a lo largo de su dilatada, y desde luego, poco –o nada– convencional carrera profesional, que, en última instancia, terminarían permitiéndole conformar una propuesta artística sumamente personal y reconocible, única.
Organizada en cinco secciones de títulos enormemente sugerentes (“Un pintor ‘a la manera latina’”, “La santidad elocuente”, “El poso de Bizancio”, “Retratando el alma”, y “El legado del Greco”), la muestra nos presenta a un maestro formado en la tradición pictórica oriental, de raíz bizantina, cuya trayectoria habría de obligarle a responder al reto de expresarse “a la manera latina”, lo que le exigiría incorporar los fondos, ya fuesen interiores –de naturaleza arquitectónica–, o exteriores –paisajísticos–, para conseguir la sensación de espacio en profundidad, y que también le llevaría a utilizar lo aprendido en Venecia para experimentar con la luz y sus efectos, inaugurando una vía que con la que habría de continuar explorando la pintura barroca posterior.
Paradójicamente, “El poso de Bizancio”, del que no llega a desprenderse del todo, en ningún momento, y que puede descubrirse a lo largo de toda su carrera, en toda su producción artística, parece volver a emerger, con una fuerza renovada, cuando, demostrada con creces su capacidad para asumir los valores de la plástica occidental, adopta una orgullosa reivindicación de sus raíces cretenses y su formación griega, como parte de un complicado proceso de “autoconstrucción” y de autoafirmación personal y profesional, tratando de singularizar y de distinguir, elevándola del resto, su propia propuesta artística. Esta herencia, patente en la opción por composiciones claras, directas, sin elementos accesorios que distraigan al fiel y resten fuerza a la capacidad de transmisión –y de trascendencia– de las propias imágenes, y que puede llegar a descubrirse, incluso, en el empleo del formato más común en la pintura de iconos, el de medio cuerpo, resulta perfectamente perceptible tanto en sus imágenes religiosas y devocionales, cuanto en sus retratos. Las primeras consiguen trasladar una gran intensidad emocional, gracias, entre otras cosas, al uso de un lenguaje gestual, de miradas y ademanes, que llegará a considerarse susceptible, ya no solo de reproducirse, sino de codificarse. Una fuerza todavía mayor si cabe, liberada de cualquier carga de artificio e idealización, es la que se percibe en sus retratos, que parecen reflejar el carácter inmortal, inmarcesible, de las almas de quienes, posando para el cretense, habrían de terminar conquistando, no ya la posteridad, sino una eterna contemporaneidad.
La muestra tiene el acierto de concluir abordando “El legado del Greco”, rastreándolo en la continuidad de los modelos iconográficos y los temas, pero también, en cuestiones técnicas, mucho más sutiles, relacionadas con el uso de una pincelada disuelta, cargada de fuerza y de posibilidades expresivas. De esta manera, reivindicando su figura como precursor de la “Escuela española de pintura”, se proponen interesantes diálogos con la obra de Velázquez, Ribera, Murillo, Goya y Picasso; explorando una vía, que, estamos convencidos, podrá ofrecer nuevos frutos en el futuro.