La huella de Juan de Borgoña en los retablos del Museo de Santa Cruz: Francisco de Comontes y Juan Correa de Vivar

Pablo Blanco Chust

Premio Trabajo Fin de Máster 2021

Presentación

El año del centenario de Rafael quedó ensombrecido por la pandemia provocada por la Covid-19. Aun así, desde distintos centros, instituciones y entidades se tomó el pulso a la figura de artista que mejor representa el Renacimiento clásico. Ciertamente que no era éste el objetivo del Trabajo Fin de Master de Pablo Blanco Chust sino, estudiar la evolución de la tipología del retablo a partir de dos ejemplos concretos, los de Juan Correa de Vivar y Francisco Coomontes. Ambos vinculados con la herencia de Juan de Borgoña y considerados como sus seguidores más distinguidos. Sin embargo, a medida que el trabajo avanzaba, los aires rafaelescos se iban haciendo cada vez más evidentes, marcando un punto de inflexión en el devenir de la pintura toledana y una paulatina ruptura con los modelos heredados del gran Juan de Borgoña, cuya sombra planea constantemente sobre el panorama artístico toledano hasta la llegada del Greco.

Articuladas en esos dos grandes pintores, Juan de Borgoña y El Greco, las décadas centrales de la centuria han supuesto durante mucho tiempo una especie de “eslabón perdido” en el que lo más destacado era el buen hacer del oficio, la técnica preciosista, la incorporación paulatina de la huella de Rafael y una clientela conservadora, poco ambiciosa y mayoritariamente religiosa. Todo ello da lugar a una pintura repetitiva, dirigida a fomentar la devoción y deudora de los modelos proporcionados por las estampas, especialmente del grabado flamenco y alemán. Tal y como recoge Pablo Blanco en el exhaustivo estado de la cuestión que desarrolla, los estudios y ensayos sobre algunas de las figuras no han dejado de producirse, si bien el interés de tales investigaciones ha recaído, en especial, sobre Juan de Borgoña y Correa de Vivar. Sin desmerecer a la nómina de autores y especialistas que se citan en el trabajo, Isabel Mateo ha sido quien más páginas ha dedicado para dar a conocer la obra de este último. Ella misma, en compañía de Amelia López-Yarto, aportó una valiosa información documental a través de la publicación, Pintura toledana en la segunda mitad del siglo XVI (2003), que se ha convertido en referencia de obligada consulta a pesar del tiempo transcurrido.

Cuando Pablo me propuso el tema para su TFM me pareció arriesgado, valiente y, sobre todo, fuera de lo común. En mi larga trayectoria como docente, pocas veces me he encontrado con alumnos que escogieran este tipo de investigaciones pues, por lo general, suelen decantarse por opciones más “livianas”. Tuve, entonces, la seguridad de que me encontraba ante la vocación de un investigador nato, que no tenía complejos a la hora de enfrentarse a un estudio arduo, con apenas documentación y sin referentes. En gran medida su entusiasmo compensó cualquier obstáculo que supo resolver con rigor y disciplina, si bien, lo peor fue afrontar los meses del confinamiento más duro en la primavera de 2020. La posibilidad de consultar y “educar el ojo”, de leer detalladamente cada una de las piezas que componían los retablos, hubo de ser pospuesta, pero en cuanto el Museo de Santa Cruz abrió sus puertas allí entrenó esa parte esencial de un historiador del arte, la mirada.

Su planteamiento metodológico fue, desde el principio, impecable como lo fue también la curiosidad intelectual que le lleva a plantearse interrogantes a las que en gran medida pudo responder en las conclusiones. Escrito con un estilo serio, pero a la vez ameno y fluido, nos va llevando de la mano para que podamos deleitarnos con cada una de las escenas que componen los dos magníficos retablos. Para mí ha sido un lujo y un placer tutelar este trabajo y sólo me queda ya desearte, a ti lector, que lo disfrutes en la misma medida en la que lo hemos hecho Pablo y yo.

Dra. Palma Martínez-Burgos García

Universidad de Castilla- La Mancha