CONTRIBUCIONES CEHA

Paula Rego: soñando, recordando y pintando en un estudio

Ramón Melero Guirado

Mayo de 2022

En un momento en el que la figura de la pintora portuguesa Paula Rego ha pasado definitivamente de la galería al museo, donde además está siendo objeto de grandes retrospectivas, recuperaciones y revisiones, entre ellas la que dedica el Museo Picasso Málaga desde abril de 2022 tras su paso por la Tate o la sala consagrada a la artista en la Bienal de Venecia The Milk of Dreams, resulta especialmente interesante un aspecto tradicionalmente tratado como marginal, pero que ha sido (y sigue siendo) fundamental en el proceso creativo (y en este caso, extendiendo el ámbito procesual a otros no menos relevantes como el temático, imaginativo y material) como es el estudio de la artista.

En primer lugar (y aun a riesgo de navegar en los lodos de la taxonomía de la que tanto intentamos huir los historiadores del arte en el siglo xxi) hablemos del papel que jugó Paula Rego en la Escuela de Londres, un grupo que desarrolló su actividad en esa ciudad, considerada en sí misma como un estudio a plein air para los integrantes de su escuela. La denominación de “Escuela de Londres” fue objeto de múltiples críticas por artistas e historiadores que acusaron de asociación simplista su arte. Para Robert Hughes, no podemos hablar de una Escuela de Londres si por ella entendemos un estilo común compartido por los artistas. Pero en cambio sí podemos utilizarlo como nombre de un grupo formado por unos cuantos talentos singulares, entrelazados por unas simpatías compartidas, defendiendo el valor de sus diferencias a propósito de los valores artísticos recibidos de otras partes. Se acepte o no, esta nómina de creadores renovó el paisaje cultural y artístico londinense, y, aunque de un modo tardío, su arte propició el resurgimiento de la pintura y lo figurativo en la Historia del Arte. Como decíamos, Paula Rego (y su pertenencia a la escuela) es un caso particular. De esta ciudad toma sus grandes escuelas de arte, sus ambientes y compañías, pero no la usó como ese estudio a plein air del que hablamos, sino que su imaginario sigue mirando a su Portugal natal. Paula Rego se autodefine como “una artista que relata, que cuenta historias con sus cuadros, historias que en realidad son más portuguesas que británicas”, algo que contrasta con la autodeclarada identidad británica de Auerbach y de otros integrantes de la Escuela. Quizás también el salto generacional respecto a sus colegas provoca que esta pertenencia quede a veces desdibujada. En una foto de orla de la Slade School of Art, Paula Rego tenía tan solo 18 años, mientras que Freud superaba los 30 y William Coldstream los 45.

Sin detenernos en años previos, en 1976 Paula Rego fija su residencia en Londres, desde ese momento sus méritos van acompañados de triunfos y reconocimientos: profesora invitada en la Slade en 1983; primera artista asociada a la National Gallery en el 1990; Doctora Honoris Causa en Artes y Letras en la Universidad de Saint Andrews, en la escuela de diseño de Rhode Island, The London Institute y Universidad de Oxford entre otras.

Paula Rego sigue viviendo y trabajando en Londres, al norte, concretamente en Kentish Town Road (Camden Town), en el mismo barrio que Sickert primero y Auerbach después. Su estudio está en un edificio frío, de estilo industrial, construido como almacén en el año 1900. Pero en su interior es un espacio mágico, de confortabilidad y concentración. A continuación transcribiremos algunos testimonios de la artista extraídos del documental “Paula Rego: contando historias” (2009):

“Me encanta estar en mi estudio. Lo elegí porque tiene dos grandes lucernarios en el techo, que me proporcionan la mejor de las luces. Fue construido en torno a 1900. El hombre del alquiler me dijo que es como un hotel de cinco estrellas para ratones”.

Una de las particularidades de este estudio es su carencia de ventanas. Así, cada trabajo surge desde la privacidad más absoluta, desde un mundo extrañamente interior. No hay estímulo exterior, no hay una referencia espacial directa, estamos en un espacio autosuficiente que se alimenta a sí mismo, un espacio donde solo entra la artista y su modelo.

Un espacio herméticamente cerrado que trasciende a lo público a través de temas de una crítica sociopolítica enmascarada tras un cuento de hadas mutilado y deformado donde las únicas ventanas hacia el exterior son las propias pinturas.

Con efectos y mecánicas casi tramoyescas, el estudio de Paula Rego se compone de vestidos, maniquíes, pelucas, muebles, y otro sinfín de elementos, que, combinados en innumerables e imaginativas composiciones, protagonizan escenas modélicas para cada cuadro:

“me traje aquí muchas cosas: la ropa de mi madre y de mi abuela, y la utilizo para mis cuadros. En Portugal no puedo pintar. Tengo que alejar de allí todas esas cosas, traérmelas, ponerlas aquí juntas en mi estudio, y la diferencia es enorme. Allí no puedo”.

Algo similar a lo ya descrito por Gertrude Stein en America:

“los escritores tienen dos países, el país del que son y el país en el que realmente viven. El segundo es romántico, es algo aparte, no es real, pero está realmente ahí. Ese es el país que se necesita para ser libre, es el otro país, no el país del que realmente somos”.

Como un demiurgo, Paula Rego crea nuevos objetos y accesorios a exigencias de una trama narrada con un cuidado teatral. Este mundo está habitado por cientos de personajes, a veces creados, a veces coleccionados, que cobran vida en las narraciones pictóricas de la artista. Una iconografía inédita y original que lleva al extremo la ternura de una infancia materializada en muñecas y animales. Porque en la obra de Paula Rego hay muchos animales, o más bien humanos animalizados y animales humanizados:

“Los animales están ocupando el lugar de las personas. Son como seres humanos. A veces es más fácil usar un animal que una persona. Una coneja embarazada sin pareja que comunica la noticia a su madre y a su padre tenía para mí más patetismo que utilizar a una chica. Los animales pueden tener también su gracia y minimizar cualquier asomo de formalidad o de melodrama. Son capaces de cortarse los rabos los unos a los otros y de clavarse uñas en los pies”.

Un particular bestiario que indaga en la infancia, en lo más profundo del recuerdo de la casa de su abuela en Portugal, entre otras escenas de su más remoto recuerdo. Los personajes son reales, viven en su estudio, la artista los copia directamente de la realidad, por este mismo motivo sus modelos adquieren tanta importancia como los propios cuadros.

Con los años, Lila, su modelo, juega un rol cada vez más protagonista, la ayuda con el montaje de escenas, se disfrazan, sueñan, se convierte en su confidente y le ayuda a visitar Portugal constantemente desde ese mágico rincón de Camden Town.

Las historias entremezclan la riqueza de las fuentes literarias con la subjetividad de memorias personales, todo pasado por el filtro de una imaginación desbordante.

La Celestina de Fernando de Rojas, El crimen del Padre Amardo de Eça de Queirós, La Metamorfosis de Kafka o Misericordia de Benito Pérez Galdós, le sirven como base para fantasear con la valentía de la mujer, su edad o el horror del aborto clandestino en una Portugal regionalista e hipócrita.

Se trata de estrategias subversivas para afrontar tabúes y deconstruir narrativas intrépidas e irreverentes. El resultado son narraciones en las que el público se reconoce, fábulas vivas cuyo significado cambia del mismo modo que la tradición oral enriquece los relatos: El hombre almohada, un ser estático, casi petrificado, que le muestra a Lila la serie de grabados de Gustave Doré sobre el infierno de Dante, es su padre, y Lila es Paula Rego.

La ambigüedad que genera la naturaleza de una obra entre lo personal, lo literario y lo reivindicativo se subraya con el intercambio de personalidades de los sujetos: madre/hija; hombre/mujer; padre/hijo y agresor/víctima.

Más que una artista, Paula Rego es una autora según la definición de Foucault “que coloca el discurso en el campo bipolar de lo sagrado y de lo profano, de lo lícito y lo ilícito, de lo religioso y de lo blasfemo”.

Dicotomías que se engendran en ese espacio libre e introvertido, formas condicionadas por una espacialidad cómoda para la creadora, un reducto de memoria y fantasía donde lo material trasciende y el sueño se hace realidad.